“EN OTROS MUNDOS” (30)

     Pararon poco después y les hicieron salir de aquel improvisado remolque. Para sorpresa de Samanta su dolor de cabeza se había esfumado como por arte de magia, de lo cual se alegró profundamente; ella había pensado que después de tanto movimiento y tanto meneo en aquella enorme caja transportadora, se iba a acrecentar… En cambio, nada de eso, el dolor punzante había desaparecido…
     Silvia se tocaba la barriga, y es que durante todo el trayecto venía sintiendo molestias hasta que llegó allí. No habían comido nada desde que salieran del cementerio, y su estómago reclamaba algo con que llenarlo; dejó de hacer rugidos insólitos, en cuanto frenaron.

     Bajaron los tres hombres que las acompañaban, protegiéndose de la luz del enérgico sol, como ellas habían hecho antes. El alto, justo cuando comenzaron los recios temblores y las violentas sacudidas, fue cuando quiso iniciar las presentaciones; a éste le habían entendido ellas, que se llamaba Aníbal… Los nombres de los otros habían quedado borrosos entre tanto barullo.

     Aún no podían ver con claridad nada, salvo un edificio grandioso que todavía no estaba del todo construido.  Era inmenso y monumental, y las dos amigas se giraron hacia Aníbal, en busca de alguna reseña.

Construcción para Sua 

              – ¡Bienvenidas! ¡Bienvenidas al Averno, chicas! -, exclamó él, antes de que los malhumorados Seres de Niebla se acercaran para esposar a Silvia y luego a Sami, a la cual no le valió la pena mostrar resistencia.

“EN OTROS MUNDOS” (29)

   Tanto una como la otra se mostraban cautelosas, y callaban mientras los desconocidos ejercitaban su cuerpo. El más alto seguía parado, hasta que decidió ir hasta donde Silvia estaba, y se acurrucó a su lado.

        -    Nosotros hemos llegado aquí igual que vosotras, por un agujero dimensional… Los Seres de Niebla van a remolcarnos hasta lo que es el Averno; de allí queríamos escapar… ya veis que no lo hemos conseguido -, apuntó.
                      -    Así que sois condenados del Averno… Y os buscan para que volváis… -, replicó Samanta.

     Era un joven atractivo, no mucho mayor que Silvia, ni mucho menor que Sami, pero lo que esta última tenía claro era que ese chico era venenoso y jactancioso, y a la larga perjudicaría en su relación amistosa con la tierna Silvia. Representaba una amenaza para Sami, más que para la otra… Era consciente de que debía borrar algo así de su mente.  Gran serenidad

        -    Sí, y el arma con el que nos dispararon, era sólo paralizante. Ya no estáis en vuestro palpable mundo, estáis en el Averno, en el reino de Sua… -.

                              -    ¿Y se puede escapar de aquí? -, irrumpió por primera vez Silvia, levantando la cabeza.

         -    Yo creo firmemente que sí… Por eso es que huí con estos dos en busca de otro agujero dimensional que nos llevara a otro lugar -, comentó el chico.

     Después de estas palabras casi no pudieron hablar por el molesto traqueteo… Estaban siendo remolcados hacia algún sitio, hacia el Averno, según habían conversado, Samanta podía intuir que todo lo que habría en el Averno, sería sufrimiento, consternación y desconsuelo, pero no habría forma de evitar llegar allí.

“EN OTROS MUNDOS” (28)

     Samanta se acercó tímidamente hacia los hombres, y escrutó debajo del abrigo que les había tendido encima. Un fuerte escalofrío recorrió todo su cuerpo, desde su coronilla hasta la punta del dedo gordo del pie; cuando apreció que los supuestos muertos respiraban, y que uno de los tres, hasta le guiñaba un ojo.

     Se separó de ellos todo lo que pudo, y se respaldó en la pared sin casi creer lo que estaba viendo. Silvia los escudriñaba meticulosamente con la mirada:

              -    ¡Te lo dije! ¡Te lo dije! ¡Había algo raro en ellos! -, exclamaba, mientras ése, el más alto, el que había hecho la mueca a Sami, se levantaba de entre los demás.

     Con voz ahogada, anunció él:

                                           -    ¡No temáis! ¡No vamos a haceros daño! -.

     Poco después, los otros dos se incorporaron, pero parecía que no tenían muchas ganas de hacer amistades con las chicas. Se estiraban en el suelo y hacían contorsiones continuamente, ejercitando así piernas, brazos, cuello…

Gimnasia de los recién llegados 

      -    ¡Vimos cómo os disparaban! Sois… ¿qué sois? -, inquirió Samanta sin fiarse de sus buenas formas.
                                             -    Espera… Creo que ya lo entiendo… Vosotras sois nuevas aquí, ¿verdad? -.
      -    Nos absorbió un maldito agujero y aparecimos en una cueva… No debimos salir de allí, lo hicimos y por eso es que nos encontraron los Seres de Niebla… Antes de que aparecieran, os vi huir de ellos. A nosotras nos apresaron y nos trajeron aquí, pero a ustedes los dispararon, eso es seguro -, aseveró Samanta.

     El que se hacía el simpático, reparó en que Silvia no había cambiado su postura desde que ellos hubieran recobrado el movimiento.

Silvia meditosa 

“EN OTROS MUNDOS” (27)

     Aquellos hombres cayeron amontonados en el centro del contenedor, justo enfrente de donde se recogían Samanta y Silvia.

                -    No, gracias, Sami… Pero creo que prefiero que les pongas el abrigo por encima a esos pobres -, exhortó Silvia horrorizada.

     Samanta, fuertemente impactada por el estruendo de los cuerpos al estrellarse contra el suelo, hizo lo que Silvia le proponía sin ninguna objeción, ya que uno de los cadáveres tenía los ojos abiertos, y parecía que las estuviera espiando. Siniestra mirada Al menos, cubiertos así sus rostros, el sobresalto de estar observadas, desaparecería…

                                       -    Se acabó, Silvia. Ahora sólo tiene que preocuparnos adónde nos van a llevar -, dijo Sami, girándose hacia su confidente.

     Ésta temblaba más que nunca, replegada sobre sus piernas y abrazándose fuertemente a sí misma, como si le desbordara ya lo que pensaba que iba a suceder.

              -    Vas a pensar que estoy… Pero, ha movido la pierna… ¡Sami, de verdad! -.

     Samanta volvió la mirada hacia los hombres, y no acusó ningún movimiento. Tanto ella, como Silvia, estaban muy alteradas; y en esa situación, era comprensible que alucinara con lo que estaba viendo.
     Por otro lado, se acordaba de aquella vez que en el hospital, Silvia había afirmado sin muchos motivos que La Niña, que en un principio parecía desprotegida e ignorante de agujeros dimensionales, del Ser de Luz y de su enemigo Sua, estaba muerta, y que no debían fiarse de ella; y así había resultado luego; La Niña era un Ser de Niebla, igual a los entes que ahora las retenían. ¿Y si tenía razón, y estaban vivos?

“EN OTROS MUNDOS” (26)

     La percepción de Samanta era la correcta. Podía escuchar que los Seres de Niebla hablaban en el exterior, pero no lograba concebir sus palabras; tan sólo alguna suelta que no le llevaba a ninguna conclusión.

      Estaba angustiada encerrada en ese oscuro contenedor, en el que sólo había una abertura por la que las habían arrojado a Silvia y a ella. Contempló apesadumbrada las paredes del lugar, y la humedad y la densa paisajística…  hacían  presentir la inexistencia de alguna oquedad que estuviera a la vista, para poder escapar.

     La fortaleza de Samanta, que siempre sabía qué hacer en momentos en los que el pánico y la cobardía tomaban la batuta en algunas ocasiones de la vida, se iba reduciendo a pasos descomunales. Hasta náuseas le estaban entrando por la sensación de claustrofobia y pavor que le estaban invadiendo ahí dentro.

     ¡No! Pero, no podía hacerlo… No podía derrumbarse ahora… por Silvia, por su amiga, por la que sería su hermana ya para toda la vida, o lo que les quedase de ella. Su amistad se abría más y más, como si fueran los pétalos de una flor…  flor de la amistad                       La observó en silencio, y era tan frágil… tan quebrantable… Sentada a su lado, Sami le acarició, pero no dejaba de temblar.

                       -    ¿Quieres mi abrigo? Ahora mismo me lo quito… te lo pondré por  encima -, expuso Samanta, antes de que la joven le contestara. En realidad, el abrigo era de Silvia; se lo dio a Sami en el mausoleo del cementerio,  cuando por primera vez ésta había viajado por uno de los agujeros dimensionales.

     De pronto, uno de los Seres de Niebla se asomó  por la abertura superior del contenedor, y tras asegurarse de sus posiciones, arrojó sin ningún cuidado  a los hombres que habían disparado momentos antes, sin ningún tipo de compasión.

“EN OTROS MUNDOS” (25)

     No podían ni respirar; extenuadas y cansadas buscaban perder a sus perseguidores por entre las rocas, aunque se les hacía imposible esta tarea, ya que ellas no conocían en absoluto el lugar, al contrario que los otros, que tenían un dominio imperioso de la zona.

                     -    Samanta, no puedo seguir… Me duele el costado -, argumentaba Silvia muy fatigada.
                             -    Tenemos que seguir como sea… Ellos cada vez avanzan más rápido. ¡Levántate, Silvia! -, ordenó Sami, cuando su compañera se dejó caer derrotada.

     Samanta probó el cargar con ella, pero tanto sus espaldas como sus brazos, eran demasiado débiles para conseguirlo, y a la fuerza tuvo que rehusar. Silvia le mascullaba al oído que se fuera, que se salvara ella de los Seres de Niebla…
     Sin embargo, Sami no podía hacerlo, no era capaz de abandonarla a su suerte. Se quedó a su lado, rezando para que aquellos entes no las hicieran daño.

     Los Seres de Niebla no se demoraron, y tomaron a Samanta y Silvia fácilmente, sin que se defendieran; las ataron de pies y manos, y las arrojaron a una especie de contenedor gigante, del que se hacía muy dificultoso el poder salir.

 Contenedor gigante

                -    Lo siento, Sami. Esto ha sido por mi culpa… -.
                             -    ¡No digas bobadas! Aunque te hubiera dejado, y hubiera salido corriendo, tarde o temprano hubieran dado conmigo. Al menos, estamos juntas, y así va  a ser por mucho tiempo porque no pienso separarme de ti -, garantizó.

     Las iban a llevar a algún sitio. Lo que a Samanta le extrañaba era que prorrogaran tanto lo de ponerse en marcha.

                              -    Creo que oigo voces -.

“EN OTROS MUNDOS” (24)

     A Samanta le pareció que aquellos hombres la vieron, a pesar de sus conatos por formar parte de la roca, en la cual permanecía oculta. Incluso le hicieron señas para que echara a correr, y se fuera lejos, muy lejos…
     Ya descubierta, salió de su escondite, y se dirigió hacia ellos. Uno de ellos, el más alto, no hacía otra cosa que negar con la cabeza; Samanta no se acercó más, no era lo que ellos querían.

     Desde la distancia, pudo contemplar que los perseguidores de los tres hombres, trepaban por los peñascos, accediendo al montículo donde diseñaban un plan para zafarse. Con gran asombro, vislumbró que aquéllos recién llegados no tenían rostro, eran como La Niña del hospital, como los entes del cementerio… ¡Seres de Niebla!
     Una vez hubieron llegado arriba, sacaron sus armas, y dispararon a los tres hombres que trataban de escabullirse de sus captores. disparado por los Seres de Niebla Cayeron abatidos; y por el estruendo causado, Silvia salió de la cueva, inquieta:

                   -    ¿Qué está pasando, Samanta? -, inquirió al ver a su amiga sollozando.

     No había tiempo de explicaciones; le apresó la mano, y escaparon corriendo. Los Seres de Niebla, alertados por las amedrentadas palabras de Silvia, se dieron cuenta de la presencia de las dos chicas. Las siguieron por entre las rocas… Cada vez eran más rápidos… Flotaban en el aire, se desplazaban en volandas

“EN OTROS MUNDOS” (23)

     Samanta no tardó en encontrar a Silvia; ésta dormía sobre una planicie de arenisca y arcosa…

               -    Después de este involuntario viaje, necesitará descansar. No la  despertaré aún -.

     Sus piernas le pesaban muchísimo, y su respiración seguía siendo entrecortada. Ella sólo tenía ganas de buscar un buen sitio dentro de la cueva, para poder tumbarse y recuperarse del constante dolor de cabeza, que hacía mella en Samanta, como si las sienes le fueran a estallar una vez tras otra.  Entrada de la cueva Hasta que quiso saber dónde estaban, qué habría fuera de esa cueva en la que estaban recluidas; cogió carrerilla y saltó un pequeño riachuelo, que manaba entre las rocas, y se interponía entre el interior y la boca de la gruta.

     Ya fuera de la caverna, Samanta divisó hasta el horizonte, ese desértico lugar. Era tal la calma del terreno que no se atrevió ni a toser por miedo a desestabilizar el paisaje; cuando, de pronto, unas voces susurrantes y nerviosas, la sacaron de golpe de su supuesta paz y tranquilidad.

      Eran tres individuos. No habían visto a Sami, y aunque no sabía si podrían hacerlo, no iba a arriesgarse a ser descubierta… así que se escondió tras una roca con forma de garra, que prácticamente la ocultaba enteramente. Encubiertos con una ligerísima ropa encorsetada con múltiples cadenas y ataderos, no paraban de cuchichear, pero lo hacían en un tono tan bajo, que a Samanta se le hacía imposible escuchar su conversación.

                            Sami se esconde

     Leyendo los labios de uno de los hombres logró descifrar que los estaban persiguiendo, que alguien los quería matar.

“EN OTROS MUNDOS” (22)

     Se notó observado. Al voltearse, Tirso vio por primera vez a La Niña desdibujada y borrosa, a la misma que había estado con Silvia y Tasmania, antes de que el agujero se tragara a las dos. La Niña era un Ser de Niebla, ahora.

                -    ¿Qué haces aquí? ¿Quieres algo de mí? -, preguntó Tirso sobresaltado.
                                    -    Yo no quiero nada. Sólo es que Sua quiere separarte de ellas. Tu momento de bajar al Averno no ha llegado; pero no te preocupes… Otro agujero dimensional se abrirá, y te llevará al reino de Sua -, explicó ella metódicamente.
                -    Entonces, es como yo pensaba… ¡El Infierno está en el mundo real! -.
                                    -    El Infierno… y los otros mundos. Otros mundos, otras dimensiones, todo es parte de una misma cosa, son mundos paralelos. Estás en otro mundo, sólo porque el Ser de Luz te creó una escapatoria para que Sua no se quedara con tu alma… ¡Y sólo tú elegiste pasar al otro lado…! ¡No me hagas perder más tiempo, vámonos ya, Tirso! -, dijo la horripilante pequeña.

     A Tirso se le ocurría que nunca podría encontrar el agujero que de nuevo le enviara al mundo real, al que pertenecía desde que nació. De forma, que ese primer agujero que atravesó, era el que le había salvado; el que se había tragado, ajenas a su voluntad a Silvia y a Samanta, las habría llevado directamente al Averno de Sua.     

     Ni pensó en reducir a La Niña; sería absurdo intentar deshacerse de un Ser de Niebla, un ente intangible como ella. No había sido su primer contacto con uno de estos agujeros voraces, pero ahora sabía el destino al que llevaban.      Siguió a La Niña, meditabundo…
    

                        Tras haber caído por el tupido túnel, que el agujero que engulló a las dos escondía, Samanta buscó a Silvia entre las rocas.

 rocas en la cueva

“EN OTROS MUNDOS” (21)

     Ante transformación de La Niña, Silvia también se estremeció, pero se concentró en salvar a Samanta, que apresada por el agujero que la devoraba, lloraba y pedía socorro pertinazmente. Estiraba de sus manos con todas sus fuerzas, queriendo rescatarla; iba sintiendo que perdía los nervios, y su ímpetu iba decayendo.
     Samanta era consciente de que no iba a aguantar mucho más, y le aconsejó a su amiga:

               -    ¡Asegúrate a lo que puedas, Silvia! ¡¡¡¡Cuando el agujero me trague, puede que se cierre o puede que te atraiga más enérgicamente!!! No lo sabemos… -.

     No se equivocaba, fue absorbida antes de que dijera nada más. Como Sami había adelantado que quizá pasara, al tragársela, el agujero triplicó su atracción… A pesar de los intentos de Silvia por sujetarse a la mesilla, a las mantas, al colchón, a la cama, el orificio que crecía y crecía, acabó engulléndola a ella igualmente.

     De pronto, alguien entró en la habitación: era Tirso, que no había podido llegar antes, y alertado por los gritos de Samanta, había acudido hasta allí con suma prisa. Tan sólo pudo mirarla a los ojos aterrorizados; el agujero se cerró, y empezó a decrecer hasta que desapareció absolutamente. Llanto de Tirso

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          Tirso cayó abatido sobre sus rodillas, completamente compungido,

                          por no haber podido 

                                              hacer nada más.

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