Pararon poco después y les hicieron salir de aquel improvisado remolque. Para sorpresa de Samanta su dolor de cabeza se había esfumado como por arte de magia, de lo cual se alegró profundamente; ella había pensado que después de tanto movimiento y tanto meneo en aquella enorme caja transportadora, se iba a acrecentar… En cambio, nada de eso, el dolor punzante había desaparecido…
Silvia se tocaba la barriga, y es que durante todo el trayecto venía sintiendo molestias hasta que llegó allí. No habían comido nada desde que salieran del cementerio, y su estómago reclamaba algo con que llenarlo; dejó de hacer rugidos insólitos, en cuanto frenaron.
Bajaron los tres hombres que las acompañaban, protegiéndose de la luz del enérgico sol, como ellas habían hecho antes. El alto, justo cuando comenzaron los recios temblores y las violentas sacudidas, fue cuando quiso iniciar las presentaciones; a éste le habían entendido ellas, que se llamaba Aníbal… Los nombres de los otros habían quedado borrosos entre tanto barullo.
Aún no podían ver con claridad nada, salvo un edificio grandioso que todavía no estaba del todo construido. Era inmenso y monumental, y las dos amigas se giraron hacia Aníbal, en busca de alguna reseña.
– ¡Bienvenidas! ¡Bienvenidas al Averno, chicas! -, exclamó él, antes de que los malhumorados Seres de Niebla se acercaran para esposar a Silvia y luego a Sami, a la cual no le valió la pena mostrar resistencia.