El Ser de Niebla no quitaba ojo del Eje del Mundo… Antes de que Samanta se decidiera a clavárselo, se retiró, escapando en volandas por las callejuelas.
Sami se acercó a su como carbonizado amigo, cada vez más a medida que la sangre se aposentaba en su piel cubriendo enteramente su rostro, su cuerpo y todos sus miembros. Se agachó ante Tirso que le agarró la muñeca reciamente:
- Estamos muertos los dos, Sami. Y, el destino es el mismo para nosotros… Los dos acabaremos convirtiéndonos en Seres de Niebla… Quizá, yo antes que tú, me veo mucho más afectado por el látigo de Silvia…-.
- ¡He dicho que te olvides de ella! ¡Ese personaje inmundo no es Silvia! ¡Ha desaparecido, Tirso! ¡No está! -, se sinceró la chica, sufriendo mortalmente lo que estaba diciendo.
Tirso, que se había ido poniendo de pie lentamente, agachó la cabeza, dándose cuenta de que llevaba razón.
Era una figura de alquitrán. Estaba recubierto de esa especie de gangrena degenerativa, que como si fuera un capullo de seda, le haría luego en vez de mariposa, un febril y malévolo vasallo de Sua. De su color de luto, sólo sus ojos bañados en lágrimas y sus dientes como la nieve recién caída del cielo, contrastaban con la oscuridad de sus músculos y tendones. Pero, todo esto no era comparable a la tristeza que sentía por saber que sin remedio, se iba a convertir en un Ser de Niebla.
Salió un montón de gente de la sala de música.
Samanta dio un paso hacia Tirso, que lleno de sangre, se retorcía en el suelo, esperando otro nuevo golpe del látigo del Ser de Niebla. Ella acarició el Eje del Mundo, que La Niña había puesto en sus manos…
millones de luces diminutas, y Samanta se convenció de que era su espíritu el que ahora pasaba a formar, en pedacitos incandescentes, del Ser de Luz. Así es que se enteraría que el Ser de Luz no era otra cosa, que cachitos de las más bondadosas almas humanas… las de los hombres y mujeres más piadosos y humildes del mundo… las que habían sufrido bastante ya en esta dimensión tan codiciosa y egoísta.
Tan efervescentes estaban por lo que acababan de presenciar, que no les importaba que la lluvia comenzara de nuevo, después de la tregua que había mantenido durante el rato en el que el Ser de Luz se había llevado consigo a Fabio a un lugar, con seguridad, mejor que los Avernos de Sua, y mejor que este mundo… nuestro purgatorio particular.
Desde que Sami desapareciera, todo había ido de mal en peor: le habían echado del trabajo, su alegre carácter había cambiado y a consecuencia su familia y verdaderos amigos ni le hablaban, le amenazaban con embargar su vivienda, y últimamente había abusado demasiado de las pastillas de éxtasis y el alcohol. Nadie querría verle ya tan echado a perder, pero él creía que ya no podría soportarlo más; y que ya había caído tan bajo, que la muerte sería la única solución para reparar su miserable vida.
Tirso quería acercarse, pero Silvia le gritaba que no lo hiciera y que permaneciera fuera de su alcance. Sami ya había vivido eso, cuando Aníbal se convirtió en Ser de Niebla; seguramente, era lo que ahora le estaba ocurriendo a Silvia…