“EN OTROS MUNDOS” (40)

     Ella dejó a un lado su algarabía, para explicar a Samanta:

             -    Teo es un Detalladero… Los Detalladeros y Detalladeras se encargan de la decoración de los interiores de la fortaleza de Sua. Yo también fui Detalladera cuando llegué al Averno, y es que al saber Sua que en mi vida terrenal había sido pintora, estaba convencido de que podía hacer un buen trabajo en sus aposentos -, dijo Nadia.

                                  Nadia, la pintora

                    -    ¿Así os conocisteis Teo y tú? -, inquirió Sami.

     El hombretón se acarició la barba, y continuó él con la historia:

                                  -    Coincidimos entonces, sí. Dentro ya, a Nadia no se le ocurrió otra cosa que pintar un crucifijo nacarado y enorme en la parte superior del trono de Sua… Y claro, como era de esperar, montó en cólera en cuanto el maléfico lo vio… -.
             -    Supongo que fue por la rebeldía y ofuscación de cuando llegas aquí… En fin, ya no había vuelta atrás, los Seres de Niebla me llevaron al calabozo, después de que Sua ordenara que no saliera de allí hasta que no me hubiera convertido. Yo daba todo ya por perdido,  hasta que supe que todos los Detalladeros encabezados por Teo, habían finalizado todas sus obras hasta que quedáramos libres todos los que estábamos pudriéndonos en nuestras celdas. Teo intercedió por mí, y creo que fue cuando me di cuenta que estábamos enamorados -,  interrumpió ella, mirando tiernamente al robusto Teo.

     Por lo visto, la faena como Detalladera no se le había devuelto a Nadia, en su lugar se le dio pico y pala para  que trabajara como operaria en el exterior de la fortaleza, pero Teo había logrado liberarla.

     Sami se preguntaba qué más estaba reservando Nadia, después de contar todo sobre Detalladeros y Detalladeras.

“EN OTROS MUNDOS” (39)

     Una de las noches en las que Samanta había pasado a la choza de Nadia, se hallaban las dos mirando el palacete de Sua en total silencio, y cuando más ensimismadas estaban contemplando el cielo sin estrellas del triste lugar, oyeron que alguien tocaba a la puerta.

                    -    ¡Creí que nadie me había seguido! ¡De verdad, Nadia! ¡Tuve mucho cuidado! -, gritó Sami histérica porque especulaba que los Seres de Niebla pudieran haberlas descubierto.

     Su compañera seguía en calma, como si hubiera llamado ella a los fantasmas. Quizá la había traicionado y se había puesto del lado de Sua… quizá a cambio de que  entregara a Samanta, le había ofrecido algo que no hubiera podido rechazar.
     La cara de desconfianza de Sami no dejaba ningún secreto para Nadia. Sin decir nada abrió la puerta tranquilamente:

     Apareció ante nosotras un hombre entrado en años ya. Peinaba canas por toda su barba, aunque en la cabeza no tenía siquiera pelo; y estaba ligeramente encorvado hacia delante. Eso sí, parecía tan hábil e ingenioso como los Seres de Niebla, pero sin duda, no era como uno de ellos. amigo de Nadia             

Con gesto serio y basto, escudriñaba todo lo que había alrededor, y al reparar en el rostro todavía asustado de Samanta, se echó a reír sin motivo aparente… Nadia enseguida se unió a la carcajada, mientras la atrapaba de la cintura, y la giraba hacia sí para darle un beso.

     Su llegada había alterado la relajación que hasta entonces reinaba, aunque sin duda Samanta prefería la presencia de aquel buen señor, que la de cualquier otro.

“EN OTROS MUNDOS” (38)

    en la choza de Nadia Nadia pensaba que todos los que estaban en el Averno habían ido allí después de morir, si su comportamiento en vida no había sido el adecuado… Como castigo a conductas ruines y perniciosas para los demás… No obstante, de los agujeros negros de Sua que absorbían a seres humanos no tenía ninguna información.
     Su conciencia jamás la dejó vivir tranquila, pero asesinar a la amante de su marido fue algo de lo que en vez de arrepentirse y quedarse consternada, la alivió y la enorgulleció. Antes de que a Nadia le pusieran la Inyección Letal, el sacerdote que fue a confesarla antes de la ejecución, la acusó de soberbia, y le dijo que ése era un Pecado Capital; justo antes de huir despavorido, tras que ella le hubiera escupido en un cachete.

     Cuando se lo contó, Samanta no sabía si reír o llorar… Estaba muy mal, pero lo del cura indignado no dejaba de sonarle cómico… Sin más, escogió tres mechones de su cabello rubio y empezó a trenzarlos sin que Nadia pusiera ninguna objeción.      

                   Mechones

                 -    ¡Tienes que ayudarme, Nadia! ¡Tengo que verlos de nuevo, sobre todo quiero estar con Silvia! -, aseveró Sami.

     La cara de la anfitriona era un poema macabro. Se mordió los labios, y se levantó, poniéndose en jarras:

                                      -    ¿Tienes algún plan para entrar en la fortaleza? -.

     Aún, la mente de Samanta estaba en blanco, pero en cuanto se  acababa la jornada y los Seres de nieva llevaban a cada cual a su choza, ella volvía a escapar, sin ser descubierta, a la cabaña de su compañera en el Averno. Entre las dos tramarían un procedimiento perfecto.  

“EN OTROS MUNDOS” (37)

     Estaban en el Averno, el infierno residenciado de Sua y sus serviciales Seres de Niebla; de que estaban allí para convertirse en fantasmas no le cabía duda a Samanta. Incluida ella, había sentido como si algo la poseyera en múltiples ocasiones… Era como una presión en el pecho, como si algo se estuviera engendrando en su interior y quisiera salir…

                                         Conversando

     Nadia se calmó, a pesar de que le escamaba que  los Seres de Niebla pudieran descubrirlas juntas:

              -    Así es, Sami. Estamos en el Averno, uno de los tantos de Sua, uno de sus infiernos. Nuestra misión aquí es únicamente la de trabajar para acabar cuanto antes su fortaleza; ése debe ser nuestro OBJETIVO, es por eso que ni comemos, ni dormimos, ni sentimos dolor… Es para que nos concentremos en la construcción del edificio y en nada más -.

                                 -    ¿Y el dolor de Silvia y Aníbal cuando los Seres de Niebla les azotaron con esos látigos que parecían haces luminosos? -, preguntó Samanta, sabiendo que aquel sufrimiento había sido real.

              -    Esos látigos luminosos, además de los rifles paralizantes, es lo que tienen los Seres de Niebla para poder controlarnos, para que  sus esclavos reaccionemos a sus órdenes, para que los consideremos nuestros dueños -.

                                   -    Y… nuestra llegada… Yo llegué al desierto de este sitio con Silvia porque nos absorbió un agujero negro… Nos encontramos a Aníbal y sus amigos, y después nos trajeron aquí a todos. Aníbal nos dijo que nos convertiríamos en Seres de Niebla si no encontrábamos otro agujero por el que poder escapar, ¿es cierto? -.   

       Nadia parecía desconcertada, a raíz de escuchar lo del agujero negro.

“EN OTROS MUNDOS” (36)

     Sola en el camastro de su choza, no hacía otra cosa que pensar en todo lo que había pasado en el Averno. Seguía queriendo largarse de ese peregrino mundo al que había llegado secuestrada; aunque no… Samanta jamás dejaría allí abandonada a Silvia.

                           Samanta trata de dormir

     No tenía sueño, ni hambre, ni sed… Desde que hubo llegado a ese lugar, cualquier necesidad fisiológica que tuviera antes había desaparecido. Cualquier resto humano se estaba aboliendo, si como dijo Aníbal, todos acabarían convirtiéndose en Seres de Niebla.
     Daba vueltas y más vueltas, hasta que optó por sentarse; al poco tiempo, Samanta abrió la puerta de la cabaña muy comedidamente, y confirmó que nadie la vigilaba. Corrió todo lo que pudo hasta la casita de enfrente siendo lo más sigilosa posible, y llamó con los nudillos a ésta, a la choza de Nadia.
     Mientras la abría, pudo comprobar que su chozuela era semejante a la que les habían asignado a Silvia y a ella. Nadia estaba sola:

      -    ¿Qué haces aquí, Sami? ¿No has tenido bastante con lo que les ha pasado a esos dos infelices? -.

     Estuvo a punto de echarla, pero recapacitó; la cogió de la pechera, y la entró a sus nimios aposentos. Nadia cerró rápidamente, rezando para que nadie hubiera visto a Samanta pasar hasta allí.

                            -    Creo que no se nos está permitido pasar en medio de la noche de nuestra choza a la de otra compañera… pero me parece una soberana tontería… Durante el día nos dejan hablar… -.

      -    ¡No seas idiota! ¿Aún no te has dado cuenta de dónde estás? -, interrumpió Nadia encolerizada.

“EN OTROS MUNDOS” (35)

     Los Seres de Niebla, como Samanta sobrecogida esperaba que hicieran, arremetieron a latigazos contra los dos jóvenes.
     Los látigos ardían más fogosamente… Brillaban al rasgar la piel de Silvia, y su fulgor era inhibidor, cuando hirieron la piel encrespada de Aníbal. Dolor  Los dos chillaban sin que nadie pudiera ayudarles; el arduo dolor era inaguantable, pero no se soltaron casi hasta el final, cuando ya habían sido casi extinguidas sus ganas de gritar y quejarse.

     Las heridas recién abiertas no dejaban ninguna duda de lo que habían sufrido, pero Samanta lo había pasado muy mal también, y hubiera estado dispuesta a cambiarse por Silvia en cualquier momento. Cuando los Seres de Niebla concluyeron que ya era suficiente pánico el que habían creado, dejaron de azotar a los mártires y los recogieron del suelo.
     Sus ropas estaban hechas jirones,  al igual que sus almas maltrechas. Samanta, con las manos en la cabeza, se preguntaba qué sería de ellos.
     Los látigos candentes que parecían rayos de sol, ya se habían calmado al no ser dirigidos por los fantasmas a ninguna otra víctima; era como si estuvieran vivos y se alimentaran de ese daño que infligían. Los rayos antes tan resplandecientes, se habían vuelto pardos, de un color  tosco y zafio; los Seres de Niebla volvieron a guardarlos entre sus oscuras vestimentas.

     Nadia todavía resistía las embestidas de Sami, que si no hubiera sido por ella, habría acabado metiéndose en medio de todo el embrollo. Vio por fin, que arrastras y semiinconscientes se llevaban a Silvia y a Aníbal a la fortaleza inacabada de Sua.

“EN OTROS MUNDOS” (34)

     Los Seres de Niebla estaban furiosos: no podían permitir aquella impertinencia de Silvia y Aníbal.

     Samanta no quería verles sufrir, pero sospechaba que si se interponía, además de castigarles a ellos, también le darían un escarmiento a ella. Nadia, la mujer que siempre estaba a su lado, la sujetó para que no fuera en defensa de los jóvenes:

-          Las cosas deben ser así, debes dejar que pase, Sami. A mí igual que a ti, me da muchísima pena de tus amigos… – refirió Nadia.

     Sabía lo que iba a suceder; lo había visto otras veces. Nadia Nadia era una mujer corpulenta de unos cuarenta años, y hacía todo lo que podía para impedir que Samanta tomara parte en lo que a los chicos se les iba a venir encima.

     Tal y como ella esperaba, Los entes sacaron de entre sus vestiduras unos látigos de fuego, que manejaban con soltura. El contraste con sus hábitos negros era extraordinario y alucinante. El olor a azufre y leña quemada se colaba a través del olfato, y ya era capaz de ofender y clavarse en la conciencia como si fuera una espada helada que se tatuara en el cuerpo.

     Nadia estaba horrorizada. Se tapó los ojos; no podía mirar a los ojos absortos y opacos de Silvia, y a los aterrorizados y pávidos de  Adrián. Enseguida supieron más sobre los látigos de fuego.

“EN OTROS MUNDOS” (33)

     Como en muchas ocasiones a partir de ésa, Aníbal sorprendía a Silvia de aquella afectuosa manera. A él también le habían asignado trabajar en la parte baja del edificio, así que cada vez que los Seres de Niebla que vigilaban se despistaban iba al lugar de las chicas, a hacerles una visita. Entre los dos jóvenes se había creado un vínculo especial, y lo prohibido siempre excita, así que a Samanta no le extrañó que uno le empezara a robar besos a la otra, y que el roce de sus pieles cada vez fuera más candente y efusivo… El beso                                                       A veces, se escondían donde nadie pudiera verles, y se les oía reír y prodigarse en insinuaciones y palabras incandescentes desde detrás de la vegetación.

escondite de Silvia y Aníbal

     Samanta preocupada les aconsejaba dejar aquella relación clandestina, por miedo a que los Seres de Niebla los descubrieran, pero no hacían caso, e ignorantes de lo que pudiera suceder, se complicaban más y más en esos encuentros.

                - ¡Esos chicos van a acabar mal! En fin Sami, tú no puedes hacer más que   advertírselo -, se pronunciaba una de las mujeres que trabajaba al lado de  Samanta.

     No volvería a intentar convencer a Silvia, desde que ésta tozuda como ella misma, le comunicara que no quería hablar con ella, y que la dejara en paz. Ante esto, Sami se quedó destrozada, pero confirmó que aquel chico no era bueno para su amiga, porque hasta él mismo tenía que haberse dado cuenta que con esos encuentros los dos se ponían en serio peligro.

     Días después, o semanas, o meses… o… Todo era intemporal; la jornada de trabajo se acababa cuando los Seres de Niebla lo decidían… No había horas diurnas, ni horas nocturnas; todo era según su palabra… Todo fue en un momento… Los descubrieron en su escondite…

“EN OTROS MUNDOS” (32)

     La luz que entraba a la rústica cabaña, lo hacía por una pequeña puerta cuadrada; había predispuesta otra de menor tamaño en el lado opuesto. Samanta las abrió para que el aire circulara entre ellas, y la choza de paredes de caña y adobe se ventilara. Le cayó algo desde arriba, y se dio cuenta que la techumbre estaba compuesta por hojas de palma.

                           En el exterior

     Sami salió al exterior, y ella y Silvia, que la seguía, miraron al cielo completamente despejado. Por el verde  de los alrededores del terreno, no parecía faltar el agua, aunque se hacía extraño ese contraste de climas; de ése en el que se encontraban, en el que las corrientes subterráneas cuidaban la zona sin que lo supieran, a esa temperatura inaguantable y tediosa del desierto que rodeaba toda aquella prisión, en la cual, las chozas de otros y la de Silvia y Samanta, además de  la siniestra fortaleza en construcción todavía, del perverso Sua, estaban rodeadas probablemente.

     Había más mujeres en el exterior. Hablaban entre ellas, pero como celosas de que alguien que no debiera las escuchara. Incluso, un grupito de ellas hizo amago como para saludar a Samanta.

     Lo dudó durante un instante… Se decidió a ir hacia ellas, pero justo entonces empezaron a salir Seres de Niebla de todas partes, y se armó un gran revuelo entre ellas. A cada una se les fue poniendo cadenas y grilletes, y se les obligó tan bruta y violentamente como se podía, a ir a los trabajos forzados de la fortaleza.      Los Seres de Niebla no tardaron en dirigirse a la cabaña de Samanta y Silvia. Mientras les ponían los grilletes, no dejaban de mirar al suelo. Las llevaron con las otras mujeres, y a cada una les dieron herramientas para que no perdieran más tiempo, y se pusieran a trabajar.

      Cuando éstas ya estaban con sus argamasas, sus picos y cementos, alguien abrazó cautelosamente por la espalda, a Silvia.

“EN OTROS MUNDOS” (31)

     Así era, estaban en el Averno, en uno de los mundos de Sua. Samanta y Silvia no recordaban haberse sentido tan saludablemente bien en sus vidas; eso de que estuvieran tan fuertes y sanas era algo temporal, ya que Sua, en su reino anárquico, solicitaba que sus trabajadores estuvieran rotundamente briosos para operar en la construcción de su nueva fortaleza, para que fueran resistentes a la depresión y la angustia que les iría corrompiendo por dentro… Una vez que la amargura y la ansiedad hubieran acabado con sus ganas de vivir, estarían entonces preparados para convertirse en Seres de Niebla, y sus almas pasarían definitivamente a ser del señor maléfico, del poderoso Sua.

                                     -    ¿Nos vamos a convertir en Seres de Niebla? -, quiso saber Sami.
                                                                -    Si no salimos de aquí, inevitablemente sí…-, contestó Aníbal, antes de que él, el coreano y el tercer individuo fueran separados de Samanta y Silvia.

     Los Seres de Niebla se llevaron a las chicas a una choza, que había cercana al edificio donde se suponía que iban a trabajar. Allí, les quitaron las cadenas y las dejaron solas. En una choza

           -    ¿Qué estará haciendo Tirso? -, rompió el hielo, Silvia.

     Ahora estaban solas ante lo que pasara; Samanta ignoró la pregunta, y continuó escrutando las cuatro paredes, que las aislaban del exterior.

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