Ésta comprobó que era Teo el que tocaba la puerta, y se rió de sí misma cuando sólo hacía un momento había pensado lo peor.
- ¡Vamos, Samanta! ¡Date prisa! Tienes que vestirte con las ropas que he robado a los Seres de Niebla… A Nadia también le he llevado el vestuario; vendrá en cuanto se lo haya puesto -.
El hombretón entró en la chabola sin más con el objeto de no ser descubierto. Dejó los negros ropajes en las manos de Sami, y se dirigió a la portezuela, que estaba entreabierta para poder vigilar que en el exterior nada se moviera. Ella se puso la capa y se echó la capucha; buscó luego la aprobación de Teo…
- ¿Qué tal, Teo? -, inquirió la muchacha, mientras posaba como para un reportaje fotográfico. - ¡Bien, muy bien! La palabra que te define no es guapa, es IRRECONOCIBLE. Es perfecto, pareces uno de ellos -.
No estuvo tan segura de ello hasta que no vio a Nadia que llegó envuelta ya con los atuendos de los Seres de Niebla. Samanta se asustó, hasta que habló y se quitó la capucha.
- Mientras la llevas puesta es como si tú misma te borrases, como si te ofuscases, como si te confundieses con la oscuridad y las tinieblas… Pero, gracias a que no somos aún Seres de Niebla, por lo menos yo, no nos convertimos en humo y desesperación sin ningún sentimiento humano como son ellos -, expuso Nadia, a la vez que arrullaba a Teo.
- Pues, Nadia… Tú también estás… IRRECONOCIBLE -, sugirió Samanta en un guiño empático con Teo.
Salieron de la choza. Estaban preparados para cruzar los muros de la fortaleza de Sua.