Tardó un rato más en tranquilizarse; a punto de saltársele los ojos de las cuencas, Samanta empezó otra vez a gritar, sin conocer a quien tenía delante, y no saber lo que buscaba en ella. Su mirada tan embelesadora… era profunda y su piel morena; y apenas le dejaba fijarse en lo alto y joven que era.
Sus fuertes y musculosos brazos eran los que sujetaban a Sami en aquella mullida cama…
- Tranquila, Samanta. Era solo una pesadilla, nada de lo que has soñado era real… Sigues estando en el Averno… Te hirieron, ¿te acuerdas? -.
Ella revisó su brazo derecho… le faltaba. En su lugar, solamente había un muñón que era el que le garantizaba que estaba en lo cierto todo lo que aquél le estaba asegurando.
– Ya recuerdo: estamos en guerra… Estamos en el Averno… Y aquel mastodonte malencarado sesgó mi brazo con su hacha, luego, perdí el conocimiento… Ya recuerdo -, sentenció Samanta, mientras comprobaba con tristeza la ausencia de su miembro superior.
No pudiéndolo soportar, echó a llorar desconsoladoramente… El muchacho no sabía qué hacer para reconfortarla; así que alguien que estaba tras él, de un manotazo, le retiró rápido hacia un lado.
Ante el nuevo participante, la chica se tensó otra vez. Y es que era igual al otro, igual al que le había confirmado que seguían en el Averno; los dos chicos eran como dos gotas de agua.