Si Samanta y Nadia habían aprendido algo de sus catanas, era que éstas eran unas armas tanto ofensivas como defensivas, y el escudo que se les dio a cada una de ellas, fue abandonado en un montículo de nieve.
Luchaban con valentía y acierto entre los Seres de Niebla, no viendo más allá del enemigo translúcido con el que se enfrentaban. Y gritaban y se extenuaban por igual Seres de Luz y humanos orgullosos de serlo, mientras unos peleaban por su esencia y su espíritu, y otros, los de Niebla, por continuar como hasta entonces en el Averno, esclavizando a los hombres y mujeres que morían hasta que se convertían en lo mismo que ellos, y ya jamás podrían rebatir a su dueño y señor Sua.
El manejo de la catana es un arte, y a Sami, aunque principiante no se le daba nada mal, atravesando y cercenando a nebulosos del bando contrario. En uno de los instantes en los que se vio más desocupada, capturó a Sua con la mirada que iba montado en una especie de abominación parda y sombría, seguramente sacada del infierno más infecto de las tinieblas.
Nadia jamás retrocedía, y al estar totalmente concentrada en el nebuloso que tenía enfrente, no percibió que Samanta había sacado el “Eje del Mundo”. Dirigió la lanza a Sua, y se preparó para tirársela.
- Va ser la última vez que creas que el Averno será eterno, criatura de los abismos -, afirmaba Samanta, a la vez que fijaba la vista en el centro del diabólico cuerpo.
Jamás pensaría que iba a fallar… Nunca había lanzado desde tanta distancia, pero tenía que aprender a confiar en sí misma… Debía eliminar cualquier aspecto negativo… Debía preparar la mente…