Algo que Samanta y el Gemelo ignoraban desde su situación, estaba sucediendo, algo por lo que los Seres de Niebla estaban huyendo del lugar, sorprendentemente. Hasta que no se largaran de allí todos los nebulosos, no podrían precisar lo que estaba pasando, pero al iniciar el desalojo, pudieron certificar que la bolsita con la arena de Marte se erguía firme ante los ojos crédulos de Nadia.
- ¿Por qué huyen? -, lanzó Sami al viento.
El chico que la acompañaba no sabía qué responder, y se quedó callado y con la boca abierta. Parecía que Nadia no estaba tan asombrada con lo que estaba ocurriendo; le complacía lo que pasaba con aquel saquito.
Un soplo de aire salía de la bolsa… un soplo que se convirtió en cierzo… y un cierzo que se hizo huracán… Todo con arena; era una fortísima tormenta de arena… Arena de Marte, que según había contado Nadia sería capaz de detener a los Seres contra los que luchaban.
- ¡Chicos! ¿Veis? ¡Es lo que os dije! -, gritaba Nadia mientras se dirigía hacia los otros.
Y sí, la arena se pegaba a los cuerpos de los Seres de Niebla, se secaba rápidamente, y como si fuera cemento con alquitrán, los convertía en estatuas negras, que tras precipitarse al suelo se hacían añicos.
Los tres privilegiados contemplaban cómo algunos nebulosos querían alcanzar las llamas para salvarse, pero no lo lograban y se rompían contra el suelo antes de alcanzarlas.