Decidió Samanta dejar de presenciar ese espectáculo tan horrendo, al no saber qué hacer para librar a Tirso… Y convidó a La Niña a que saliera corriendo en busca de ayuda.
- ¿A quién se lo voy a decir? -, renegó la pequeña, recordando que nadie del mundo terrenal podría ver la pelea en la que el Ser de Niebla tenía todo ganado.
Y además, Samanta empezaba a sospechar que La Niña tampoco podía ver con precisión lo que pasaba con Tirso y el fantasma oscuro… ni siquiera a ella… Lo creyó ya con más firmeza cuando comenzó a hablar con ésta, sin que le mirase a los ojos…
– Sólo me escuchas, ¿verdad? -.
– Sí, Samanta… Esa es la verdad… Os estáis borrando de mi mundo, ya a duras penas puedo oíros. Casi no puedo veros, sólo sois sombras y humo para mí -, dijo La Niña compungida.
Pronto, todos ellos desaparecerían para siempre. La Niña pertenecía al mundo de los vivos, todo se haría niebla y los muertos se confundirían con la noche.
- ¿Sami? ¿Sami? ¡Ya no te veo! ¡Esto no es justo! ¡No puedo verte, Sami! ¡Ni a Tirso, ni al Ser de Niebla! -. Estaba nerviosa, y otra vez se encontraba sola en el mundo. No podía soportarlo más, y huyó confusa del lugar, rota de dolor y sin hallar consuelo.
Samanta dio un paso hacia Tirso, que lleno de sangre, se retorcía en el suelo, esperando otro nuevo golpe del látigo del Ser de Niebla. Ella acarició el Eje del Mundo, que La Niña había puesto en sus manos…