El dolor no tenía cabida en el corazón de Samanta al contemplar el cuerpo inerte e indolente de su amor. Arrodillada en el suelo junto a Fabio, quería tocarlo, acariciarlo una vez más, sentir su calor, su tacto…
Sin embargo, era imposible, ya no era ella; y aunque lo fuera, él ya no estaba vivo. Su rigidez y el hilillo de sangre que le salía de la nariz, confirmaban que “su estallido” contra el asfalto había sido demasiado fuerte.
Tirso se agachó a su lado… Él comprobó que sus constantes vitales habían desaparecido.
- Lo siento, Sami… No hay nada que hacer, ya no pertenece a este mundo -, dijo Tirso, acomodando el cadáver.
Empezó a llover, al principio tímidamente, para convertirse poco después en una lluvia torrencial… Era como si alguien de allá arriba se entristeciera por lo que estaba pasando.
Los goterones calaban a Tirso, y el agua caía abundante por sus mejillas y su cabello tostado; contrastaba con lo que Samanta experimentaba al no mojarse en absoluto, a pesar de ver como la ininterrumpida lluvia, mezclada con sus salinizadas lágrimas, iba atravesando como si fueran cuchillos, su cuerpo cada vez más transparente y nebuloso.
Se preguntó si cuando fuera un Ser de Niebla, podría ver a Fabio de nuevo. Quizá La Niña tendría las respuestas que tanto la angustiaban. Sami acudió hasta debajo de la repisa en la que se había protegido de la tormenta.