El muchacho que tenía detrás Samanta era uno de los Gemelos; el otro empuñaba su espada para defender a Samanta del ataque de los Seres de Niebla, que se acercaban primero tímidamente, y luego ya veloz e implacablemente.
Al principio, el Gemelo que ensalzaba su arma echó una última mirada a su hermano y a Samanta, y cercenando todas las cabezas nebulosas que pudo en su fatal travesía, se enredó en la marabunta, que brutal e inhumanamente acabarían con él. Los dos supervivientes lloraban abrazados sabiendo que iban a correr la misma suerte…
- Con él muerto, es imposible ganar a Sua y sus sicarios, es imposible -, susurraba el que sostenía a Sami.
- Ya no me quedan esperanzas -, añadió la chica, que notaba que cada vez le era más difícil hablar, y controlar que su voz no graznara como lo hacía la de un Ser de Niebla auténtico.
De pronto, todos los nebulosos se voltearon para ver a la guerrera que se imponía en la parte posterior:
- ¿No os acordabais de mí, verdad, cancerberos del infierno? -, confirmó Nadia, abriéndose paseíllo entre los Seres malvados y crueles.
Nadia sacó la cajita de terciopelo, y apartó con cuidado el saquito dorado de la arena de Marte. Los Seres de Niebla se pararon; al parecer, sabían que era un arma potente contra ellos, pero hacía mucho tiempo que se había perdido y quizá ya no tuviera la fuerza que los humanos esperaban que tuviera.
Desnudó la bolsita, y la dejó sobre el suelo. No pasaba nada, y aferró de nuevo su hierro esperando las embestidas de los destructores, que habían dejado de fijarse en Sami y el Gemelo que quedaba, para dirigirse a la vetusta Nadia.