Samanta, rendida en el suelo, ya esperaba la mordedura de los látigos. El primero de los Seres de Niebla en sacarlo, no dudó en que el agreste lazo escarpara su piel…
El dolor era insoportable; estaba multiplicado por diez ante el que podría sentir viva, y aunque intentaba callar sus llantos y lamentos, los rasponazos eran tales que creyó que la iban a traspasar. Y su sangre, la que ya no recordaba desde la primera vez que había llegado al Averno, a esta otra dimensión, brotaba por las limaduras infligidas por los sobrenaturales látigos… recordando a la de otros que abordaron lo que ahora estaba sufriendo; Sara, Aníbal, Teo, Tirso, Nadia…
Los cuatro o cinco restantes también sacaron sus látigos, y así se iban repartiendo la faena, mientras a Samanta cada vez le costaba más trabajo mantener los ojos abiertos. Cuando pensaron que ya era suficiente, la metieron en uno de sus contenedores, y la remolcaron hasta la fortaleza de Sua.
Al llegar, la obligaron a salir, y uno de ellos se le acercó y le dijo al oído:
- Antes de que te encerremos en los calabozos, Nuestro Señor Sua, quiere hablar contigo. Te llevaremos ante él -, emitió con voz espectral.
Se levantó un viento huracanado y el cielo se cubrió de nubes. Sami casi no podía caminar; tanto tiempo sin conocer el dolor, y al fin se le habían juntado todos los posibles… Sabía que lo que estaba experimentando era previo a convertirse en un Ser de Niebla. No, todavía no…