Vio con perplejidad como Aníbal vulneraba la ley de la gravedad, y levitaba por encima de ella. Algo estaba pasando en su interior; su cuerpo desnudo estaba empezando a quebrarse, y la luz y la sangre se mezclaban con atenazadores alaridos, que el muchacho no paraba de emitir.
Luego, todo su cuerpo se entintó de negro como si estuviera enteramente quemado, y se fue descomponiendo en cuadraditos muy pequeños, como cuando hizo Sua anteriormente para convertirse en dragón. Sin embargo, Aníbal no se transformaría en un dragón…
Entre inquietantes quejidos y lamentos, desapareció ante la aterrorizada mirada de Samanta, quien consternada y desolada decidió continuar hacia delante ella sola, y salir de ese agujero que aún seguía derrumbándose. Se apoyó en la pared para dar el siguiente paso con cuidado de no pisar ninguno de los cachitos en los que Aníbal se había fragmentado.
Justo entonces, Sami observó como de uno de los cuadraditos salía humo y ceniza después… Cada uno de ellos corría a encajarse con otro como si fueran las piezas de un puzzle…
Samanta no quería ya quedarse a curiosear… Sólo le preocupaba salir de allí… Debía llegar hasta la salida; no pensaba en otra cosa… Cuanta más prisa se daba, más largo parecía hacerse el pasillo. Hasta que no pudo escoger entre perder de vista o no al inexistente ya Aníbal.
La sobrevoló: los pedacitos de Aníbal se habían unido y habían conformado el cuerpo nebuloso y vaporoso de un Ser de Niebla.