Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Samanta se quedó pálida y se bloqueó, aprehendiendo con una mano a Nadia. Miró de frente al recién llegado, y descubrió serenada que era Aníbal, el que había irrumpido en que abandonaran la fortaleza.
- Os vinimos a ver a Silvia y a ti… A ella la hemos encontrado en los calabozos, y a ti también esperábamos verte allí, pero pensamos que habíamos buscado mal -, contestó bajándose la capucha, para que viera que era ella.
Nadia también deslizó su capucha, pero coincidía con Teo, en una expresión seria y de preocupante desconfianza:
- Nos alegramos de poder hablarte, Aníbal… Pero, ¿no te habían encerrado por lo de no cumplir las reglas del Averno e ir a divertirse con una de las condenadas? -, departió Teo en nombre de los tres.
- Claro, me apresaron como a Silvia, pero yo he logrado escapar… Intenté buscarla para irnos juntos… no di con ella. Y ahora… ¿puedes esconderme en tu choza, Sami? -, manifestó él.
Samanta sólo pensaba en la felicidad de su amiga cuando al fin, la sacaran de la fortaleza de Sua, y se encontrara con su Aníbal… No pudo negarse, y le correspondió con una conformista sonrisa.
De camino a las cabañas no se tropezaron, para su gozo y regodeo con ninguno de los originales Seres de Niebla. Mientras los cuatro marchaban, Teo disimuladamente apartó a Sami de los demás, y la increpó:
- ¿Estás loca? ¿No decías que no confiabas en él? ¡Acabas de meter al enemigo en tu casa! -.