Samanta y Tirso llegaron al Cementerio de Santa Catalina a la vez que el amanecer. Enseguida encontraron a la transformada Silvia, que entre tumba y tumba, iba y venía distraída y dispersa.
Tirso la contemplaba desde su negrura tan avanzada en completo silencio, admirándola y extrañándola, como si no fuera un Ser de Niebla; unas cuantas lápidas más atrás estaba allí abierto uno de los agujeros dimensionales de Sua por el que podía comunicarse con el Averno…
Sin perder tiempo, su amigo comenzó a construir la trampa en uno de los árboles para que una caja de cartón cayera sobre Silvia, y así pudieran llevarla con ellos al Averno.
- No sé cómo piensas que va a caer en algo tan burdo… -, confesó renegada Samanta.
- Lo pienso porque tú vas a hacer de cebo -, programó él.
Debía haberle trastornado un poco el revés que de él había hecho el látigo del Ser de Niebla; Sami se negó instantáneamente…
A él ya no iba a intentar atacarle, a Samanta seguramente querría ayudar a que se convirtiera en un Ser de Niebla más rápidamente, queriendo borrar de un plumazo su apariencia humana. Por más que le daba vueltas, no acertaba a contribuir con otra idea; así que agachó la cabeza, y no discutió más con Tirso.
Miró al horizonte, y mentalmente se dejó arrastrar como si fuera un vegetal. Todo pintaba ya muy mal para ella… Sólo era un sacrificio más…

Tenía toda la razón. Ahora teníamos que pensar en cómo volver a ese infernal sitio, donde las libertades y las redenciones se veían coartadas y vulneradas por los deseos y los apetitos de Sua.