No se atrevía a abrir los ojos, pero a Samanta le daba la impresión de estar flotando en el aire, a unos metros del suelo. Poco a poco fue separando los párpados y comprobó que su idea era la correcta: se hallaba braceando en el viento.
Suspiró serenada al ver como allí abajo todos iban a felicitarla por su valentía de haberse tirado desde lo alto de la fortaleza. Estaban Silvia, Nadia y La Niña, que la ayudaron a ponerse en vertical.
- ¿Qué es esto? ¿Me he muerto y estoy en el cielo?-, preguntó Sami entre risotadas nerviosas.
- Pregúntale a Sua que sigue ahí arriba… Bajará a buscarnos en cuanto rompa la puerta -, interrumpió Aníbal, antes de que Nadia pudiera decir nada.
Él había bajado desde el ático de la misma forma que Samanta, sin embargo ya lo había hecho antes y no estaba tan asustado con el levitamiento de después de la caída. Era preciso que huyeran de allí, no fuera a presentarse el diabólico dragón.
No pararon de correr, hasta que no llegaron al lugar oculto donde estaban los anillos de albor y luminiscencia, el agujero madurado por el Ser de Luz, para que Tirso y La Niña pudieran volver al mundo de los mortales, junto a sus amigas Silvia y Samanta. En breve, Tirso apareció y estuvo platicando a Nadia que había examinado escrupulosamente las heridas de Teo, y parecía que el avance de esa especie de gangrena repugnante había frenado de momento.
La Niña y Silvia, seguidas muy de cerca por Tirso, se encaminaron por los aros luminosos. Cuando Sami y Aníbal penetraron por aquel pasillo fosforescente, ya se había expandido y ni siquiera se podía ver a los que habían partido.
Samanta se dio la vuelta, y vio que Nadia no entraba a la espiral…