“EN OTROS MUNDOS” (35)

     Los Seres de Niebla, como Samanta sobrecogida esperaba que hicieran, arremetieron a latigazos contra los dos jóvenes.
     Los látigos ardían más fogosamente… Brillaban al rasgar la piel de Silvia, y su fulgor era inhibidor, cuando hirieron la piel encrespada de Aníbal. Dolor  Los dos chillaban sin que nadie pudiera ayudarles; el arduo dolor era inaguantable, pero no se soltaron casi hasta el final, cuando ya habían sido casi extinguidas sus ganas de gritar y quejarse.

     Las heridas recién abiertas no dejaban ninguna duda de lo que habían sufrido, pero Samanta lo había pasado muy mal también, y hubiera estado dispuesta a cambiarse por Silvia en cualquier momento. Cuando los Seres de Niebla concluyeron que ya era suficiente pánico el que habían creado, dejaron de azotar a los mártires y los recogieron del suelo.
     Sus ropas estaban hechas jirones,  al igual que sus almas maltrechas. Samanta, con las manos en la cabeza, se preguntaba qué sería de ellos.
     Los látigos candentes que parecían rayos de sol, ya se habían calmado al no ser dirigidos por los fantasmas a ninguna otra víctima; era como si estuvieran vivos y se alimentaran de ese daño que infligían. Los rayos antes tan resplandecientes, se habían vuelto pardos, de un color  tosco y zafio; los Seres de Niebla volvieron a guardarlos entre sus oscuras vestimentas.

     Nadia todavía resistía las embestidas de Sami, que si no hubiera sido por ella, habría acabado metiéndose en medio de todo el embrollo. Vio por fin, que arrastras y semiinconscientes se llevaban a Silvia y a Aníbal a la fortaleza inacabada de Sua.

“EN OTROS MUNDOS” (34)

     Los Seres de Niebla estaban furiosos: no podían permitir aquella impertinencia de Silvia y Aníbal.

     Samanta no quería verles sufrir, pero sospechaba que si se interponía, además de castigarles a ellos, también le darían un escarmiento a ella. Nadia, la mujer que siempre estaba a su lado, la sujetó para que no fuera en defensa de los jóvenes:

-          Las cosas deben ser así, debes dejar que pase, Sami. A mí igual que a ti, me da muchísima pena de tus amigos… – refirió Nadia.

     Sabía lo que iba a suceder; lo había visto otras veces. Nadia Nadia era una mujer corpulenta de unos cuarenta años, y hacía todo lo que podía para impedir que Samanta tomara parte en lo que a los chicos se les iba a venir encima.

     Tal y como ella esperaba, Los entes sacaron de entre sus vestiduras unos látigos de fuego, que manejaban con soltura. El contraste con sus hábitos negros era extraordinario y alucinante. El olor a azufre y leña quemada se colaba a través del olfato, y ya era capaz de ofender y clavarse en la conciencia como si fuera una espada helada que se tatuara en el cuerpo.

     Nadia estaba horrorizada. Se tapó los ojos; no podía mirar a los ojos absortos y opacos de Silvia, y a los aterrorizados y pávidos de  Adrián. Enseguida supieron más sobre los látigos de fuego.

“EN OTROS MUNDOS” (33)

     Como en muchas ocasiones a partir de ésa, Aníbal sorprendía a Silvia de aquella afectuosa manera. A él también le habían asignado trabajar en la parte baja del edificio, así que cada vez que los Seres de Niebla que vigilaban se despistaban iba al lugar de las chicas, a hacerles una visita. Entre los dos jóvenes se había creado un vínculo especial, y lo prohibido siempre excita, así que a Samanta no le extrañó que uno le empezara a robar besos a la otra, y que el roce de sus pieles cada vez fuera más candente y efusivo… El beso                                                       A veces, se escondían donde nadie pudiera verles, y se les oía reír y prodigarse en insinuaciones y palabras incandescentes desde detrás de la vegetación.

escondite de Silvia y Aníbal

     Samanta preocupada les aconsejaba dejar aquella relación clandestina, por miedo a que los Seres de Niebla los descubrieran, pero no hacían caso, e ignorantes de lo que pudiera suceder, se complicaban más y más en esos encuentros.

                - ¡Esos chicos van a acabar mal! En fin Sami, tú no puedes hacer más que   advertírselo -, se pronunciaba una de las mujeres que trabajaba al lado de  Samanta.

     No volvería a intentar convencer a Silvia, desde que ésta tozuda como ella misma, le comunicara que no quería hablar con ella, y que la dejara en paz. Ante esto, Sami se quedó destrozada, pero confirmó que aquel chico no era bueno para su amiga, porque hasta él mismo tenía que haberse dado cuenta que con esos encuentros los dos se ponían en serio peligro.

     Días después, o semanas, o meses… o… Todo era intemporal; la jornada de trabajo se acababa cuando los Seres de Niebla lo decidían… No había horas diurnas, ni horas nocturnas; todo era según su palabra… Todo fue en un momento… Los descubrieron en su escondite…