“EN OTROS MUNDOS” (114)

  Hincada de rodillas en el suelo, la samurai se relajó y meditó en silencio con la mirada perdida… Hundió la daga en el pecho, acentuando el disgusto de Samanta, que contemplaba impotente todo desde los brazos de Nadia.

                   Después de que cayera a la nieve sin vida, los Seres de Niebla que hasta entonces habían estado combatiendo contra ella, se aproximaron amenazantes, y sin ningún respeto, se arrojaron hacia su cuerpo inerte y lo desmembraron hasta que no quedó nada de la guerrera.

       Samanta no podía soportarlo más y había retirado la vista de la violenta escena. Nadia se mordía los labios, horrorizada:

                     -    Los dos samuráis, el hombre y la mujer, luchaban como uno… Era una cuestión de honor que si uno perdía la Vida, el otro se vería obligado a quitársela… Es un sacrificio de amor, es bello si lo analizas desde su punto de vista -, estableció Nadia.
                                        -    Me hace recordar algo que me contaron hace mucho tiempo, cuando ignoraba estos Mundos y no sabía ver más allá de mi nariz… “La Guerra de los Amantes”, ésa en la que cada pareja de batalladores era invencible por el simple hecho de que cada uno de ellos luchaba por el otro; así, se convirtieron en el escuadrón más fuerte y valeroso -.corazón como trofeo
                  -    Sí, conozco la historia, Sami… Pero, también sabrás cómo acaba esa historia; vencieron a todos en una final y última acometida de forma muy fulminante y rápida, ya que mataron a uno de los amantes, y a partir de ello, todos comenzaron a desplomarse en el campo de batalla como si fueran un castillo de naipes… -, intervino, preparándose igual que Samanta para seguir con la ofensiva.

“EN OTROS MUNDOS” (113)

La catana del samurai    Fue demasiado tarde… Samanta llegó en el momento en que un Ser de Niebla clavaba la espada en el abdomen del samurai; era el centro de su alma, el continente de su ira, de sus emociones, de todo lo que valía la pena.

          Antes de morir, aún con la espada en su interior, se giró hacia su mujer y quiso decirle algo, pero en vez de voz de sus cuerdas vocales salía sangre, y se atragantó con ella, justo antes de que se le pusieran los ojos en blanco, y aterrizara en la nieve tiñéndola de un mortuorio y penoso rojo. Y cuando ya estaba en el suelo, el mismo que lo había derrocado sacó un hacha que guardaba en su espalda, y lo decapitó levantando luego la cabeza como si fuera un trofeo de guerra.

                  A unos pocos pasos, la esposa samurai contemplaba la escena con una mujer samuraicompostura admirable y sin pestañear siquiera… Cuando Sami estremecida se dio cuenta de que la mujer sacaba con determinación una daga de su fajín, y poniendo la hoja enfrente de ella, sin dar lugar a dudas, iba a clavársela.

                      – ¡No, no! ¡Suelta eso! ¡No lo hagas! -, gritó Samanta yendo hacia la reciente viuda. Pero alguien la cogía de la cintura y la retenía; Nadia retenía a Samanta…
                              – Para, Sami… Debemos dejarla hacer… ¡Basta ya! -, dictaminó Nadia.
                     – Es que no te entiendo… ¡Va a suicidarse! Lo que debemos hacer es evitarlo, Nadia -.

     El tiempo se había parado, y parecía como si su pecho estuviera expectante de que el puñal pasara ya a formar parte de su ser, como si que llegara a ella fuera su único objetivo.

“EN OTROS MUNDOS” (112)

     Los primeros en atacar fueron los Seres de Niebla… La pareja a la que Samanta no dejaba de escudriñar, respondió a la fuerza y la sapiencia de las tétricas espadas, con la técnica y la maestría de sus catanas.

             A los nebulosos podía distinguírseles al moverse violentamente en el fragor de la batalla, cada vez más si su furia y su cólera se encendían al tensar músculos y tendones en esa cruenta ofensiva contra la Luz.

               – ¡No hay que tener miedo, jamás! -, alentaba la mujer japonesa, sin dejar de derribar enemigos.

     Parecía dulce y frágil con su kimono largo de seda que justamente dejaba entrever sus zuecos de madera. Su cabello era largo y liso, y parecía que resplandecía cada vez que acababa con uno de los Seres de Sua; desde luego, Samanta prefería contarla entre los suyos, que entre sus contrarios.

    Guerrero samurai Realmente ésta, no hacía otra cosa que ayudar y proteger a su guerrero samurai que manejaba con las dos manos su afilada y cortante catana contra los perversos agresores. A menudo, derribaba el arma de su oponente, y a continuación le sesgaba alguno de los miembros para asestarle un golpe mortal…

     Hasta que su compañera fiel vio cómo le rodeaban los espectros, que al no atreverse ya a enfrentarse uno a uno con el guerrero,  habían decidido reunirse en su contra, para intentar entre todos matarlo lo más fugazmente posible. Ella luchaba con otros dos Seres de  Niebla que a punto estuvieron de aniquilarla un par de veces, y no pudo zafarse para defender a su hombre…      Samanta corrió a su lado, a la vez que exterminaba nebulosos a un lado y a otro…