Las tres sufríamos ante lo que el Ser de Niebla estaba haciéndole al abatido Teo, pero Nadia estaba realmente apesadumbrada pidiendo piedad por el que era su amado, su amigo, su compañero en el Averno, su consejero, su salvador, su ángel… No había nada que hacer; el ente seguía hostigándolo con su látigo.
Silvia tenía la mirada gacha, y Samanta impotente, miraba hacia otro lado, compungida por aquella horrible visión. Los antiguos cautivos las rodeaban, y no se atrevía ninguno a enfrentarse con el ente para salvar al Detalladero.
Para sorpresa de todos, alguien dio un paso al frente: era Aníbal, que firme y autoritario, ordenó al Ser de Niebla que dejara a su torturado ya. El ser inhumano pareció reprobar lo que le decía, y aunque no le gustó tener que dejar a medias lo que había empezado, guardó el látigo entre sus ropas de nuevo, y se fue saltando por encima de todos ellos.
Sin antes no hacerle una carantoña a Silvia, corrió con Nadia a auxiliar a Teo. Sami aún estaba muy impresionada, y para cuando pudo reanimarse, vio que entre los dos habían levantado al herido, y poco a poco le guiaban hasta la salida de la fortaleza.
Aníbal susurró algo a mi amiga, y enseguida Silvia ocupó su lugar a la derecha de Teo, ayudándole a caminar. Ellos salieron… Samanta se retrasó con todos los demás expresidiarios, con el objeto de adivinar qué era eso tan urgente que Aníbal había tenido que ir a hacer en una de las habitaciones.
Sin embargo, algo más estaba por ocurrir… Como un enjambre de abejas, los liberados por Teo, empezaron a revolotear histéricos por todos lados; chillaban, lloraban agitados, berreaban perturbados, gemían trastornados, gimoteaban frenéticos…