“EN OTROS MUNDOS” (48)

     La llevó hasta el ultimo calabozo del pasillo, y  Samanta descubrió a una Silvia atormentada, a una Silvia que replegada sobre sí misma, era la personificación del sufrimiento y la desesperación.

      -    Quiero entrar -, manifestó firmemente a Nadia. Ésta bajaba la cabeza, como presentando su impotencia para lo que le pedía.

     Enseguida, Teo llegó hasta donde ellas estaban, y confirmó tristemente que los Seres de Niebla eran los únicos que tenían una sola  llave maestra para todos los oscuros habitáculos.

     Sami tuvo que conformarse con ver a su amiga a través de la mirilla: Silvia en el calabozo estaba desnuda como los demás prisioneros y aunque no podía verlo bien, la cicatriz negra, señal de que se convertiría en poco tiempo en uno de los vasallos de Sua, iba gangrenando su piel e iba minando su espíritu y sus ganas de vivir…

  -    ¿Silvia? ¿Cariño? ¡Soy Sami! ¡Vamos a sacarte de aquí…! ¿Me oyes, Silvia? -.  

     Silvia la reconoció, y se puso a llorar y a gritar que la sacara de allí, que no aguantaba más, que no podía sufrir ya más:

                                -    ¡Sácame de aquí, Samanta! ¡¡Sácame de aquí, no sé qué me está pasando!! ¡Quiero morirme, Sami! ¡¡¡Quiero morirme!!! -, repetía una y otra vez la muchacha.

      Nadia avisó de que tendrían que irse, antes de que volvieran los Seres de Niebla auténticos. Hasta que Teo robara la llave no podían hacer nada más, y en verdad era un aprieto demasiado grande para él si era descubierto.

            Se ajustaron la capucha, y salieron detrás de Teo…

“EN OTROS MUNDOS” (47)

     La puerta del calabozo era gruesa, pero Samanta enseguida se fijó en una mirilla, por la que los carceleros podrían observar a los prisioneros. Ya consideraba demasiada fantasía que fuera Silvia la que estaba allí dentro; aún así, no debían dejar de repasar ninguno de los habitáculos, iluminados con esa tenue y mortecina luz.
     Al otro lado, pudo distinguir a un hombre acurrucado en la pared. Estaba desnudo y sucio… Prisionero  Estaba como desnutrido, y no paraba de sollozar, seguramente por las heridas que los Seres de Niebla le habían infringido.

     Después de esta visión, la pena y la angustia de encontrar a Silvia así, se acrecentaron terriblemente, cuando se planteó pasar por otra mazmorra de éstas; otra mujer, había otra mujer cubierta de llagas, que sufría horrorosamente su, sobre seguro, injusto encierro. Sami encontró a otro hombre desnudo en otra celda… y a otro, en otra a su izquierda, del todo magullado y ulcerado; a éste, le conocía de haberle visto con Aníbal… Era el compañero coreano que le acompañó en su intento de dejar el Averno, el mismo al que Sua luego había decidido castigar, tras que se hubiera resistido, una vez que los Seres de Niebla le obligaran a volver al trabajo forzado… pero ahora, tan débil, tan enfermizo que no parecía él…

     Cuando más inquieta estaba, Nadia llegó y la zarandeó:

              -    Creo que he encontrado a tu amiga, Sami… -.

“EN OTROS MUNDOS” (46)

Ya en la entrada de la fortaleza de Sua, se encontraron con unos auténticos Seres de Niebla; y tal y como había predicho Teo, ni les extrañó ver a un Detalladero  con sus dos escoltas de negro.
     Eso sí, conversaban en un idioma indescifrable, y tan sólo dieron una palmadita en la espalda de la encapuchada Samanta, como en señal de que aceptaban que los tres ingresaran dentro.
     Nadia temía que descubrieran los disfraces, y en cuanto se vio a salvo, apretó con fuerza la mano de Teo, y a Sami le ofreció una mirada cómplice.


           -    ¡Es impresionante todo esto! -, decía Samanta embobada al ver la labor de decoración de los Detalladeros y Detalladeras.


     Pasillos suntuosos Observaba embelesada todas las pinturas, los relieves, las imágenes y las telas  en fuertes colores engalanadas en oro de los largos pasillos. Al final de todo podía atisbar que había un salón grandioso, seguramente donde se levantaba el trono de Sua; pero antes de llegar, Nadia la cogió del brazo, y precedidas por Teo fueron a parar a unas salas oscuras y lóbregas bajando por una resbaladiza rampa,  que contrastaban con la luz y la riqueza portentosa del palacete.


                          -    Estos  son los calabozos. Aquí hay mucha gente encerrada, ahora buscaremos a tu amiga Silvia… y a Aníbal, ¿sí? -, resolvió Teo, poniéndose a la exploración en un santiamén. Pronto, Nadia se lanzó a la búsqueda.

                                    Sótano de la fortaleza
     Samanta seguía paralizada; allí plantada en el suelo; le sobrecogía el hedor a carne quemada de aquel sombrío sótano. Entonces, se decidió a ayudar a averiguar dónde estaban sus amigos; nada iba a impedir que los encontrara. Se quitó la capucha, y se dirigió hacia la celda que tenía justo enfrente.