La luz que entraba a la rústica cabaña, lo hacía por una pequeña puerta cuadrada; había predispuesta otra de menor tamaño en el lado opuesto. Samanta las abrió para que el aire circulara entre ellas, y la choza de paredes de caña y adobe se ventilara. Le cayó algo desde arriba, y se dio cuenta que la techumbre estaba compuesta por hojas de palma.
Sami salió al exterior, y ella y Silvia, que la seguía, miraron al cielo completamente despejado. Por el verde de los alrededores del terreno, no parecía faltar el agua, aunque se hacía extraño ese contraste de climas; de ése en el que se encontraban, en el que las corrientes subterráneas cuidaban la zona sin que lo supieran, a esa temperatura inaguantable y tediosa del desierto que rodeaba toda aquella prisión, en la cual, las chozas de otros y la de Silvia y Samanta, además de la siniestra fortaleza en construcción todavía, del perverso Sua, estaban rodeadas probablemente.
Había más mujeres en el exterior. Hablaban entre ellas, pero como celosas de que alguien que no debiera las escuchara. Incluso, un grupito de ellas hizo amago como para saludar a Samanta.
Lo dudó durante un instante… Se decidió a ir hacia ellas, pero justo entonces empezaron a salir Seres de Niebla de todas partes, y se armó un gran revuelo entre ellas. A cada una se les fue poniendo cadenas y grilletes, y se les obligó tan bruta y violentamente como se podía, a ir a los trabajos forzados de la fortaleza. Los Seres de Niebla no tardaron en dirigirse a la cabaña de Samanta y Silvia. Mientras les ponían los grilletes, no dejaban de mirar al suelo. Las llevaron con las otras mujeres, y a cada una les dieron herramientas para que no perdieran más tiempo, y se pusieran a trabajar.
Cuando éstas ya estaban con sus argamasas, sus picos y cementos, alguien abrazó cautelosamente por la espalda, a Silvia.