“EN OTROS MUNDOS” (19)

     Samanta notaba a la niña muy tensa. Lo ignoró sin embargo, y cuando estuvo al lado de su cama, la abrió descuidadamente.

                      -    ¿Lo ves? No hay agujeros que te quieran tragar, ni nada que te amenace -, aseguró a la  niña.
          -    Tienes que mirar bien, vuelve a fijarte, Sami -.

     Quizá había algo en la sábana que cubría el colchón, pero casi no era perceptible… Un momento, ese punto negro ahora tenía el diámetro de una quemadura de cigarro… sábana con punto negro   No, era más grande que mi mano… Era un agujero profundo, estaba creciendo…

     Asustada, cerró la cama y corrió hacia la  salida de la habitación sin desprenderse de la niña; la puerta se atrancó, impidiendo así que pudieran escapar. Samanta dejó a la pequeña en el suelo para seguir pretendiendo desatorar la puerta.
     Volvió a descubrirse la ropa de la cama, y una brisa seguida de un viento  ya no tan suave, para acabar con un aire huracanado, que no hacía otra cosa que atraer hacia sí todo aquello que en el cuarto no estuviera sujeto y subordinado a permanecer estable en su lugar, atrajo hacia el agujero dimensional a la infeliz de Samanta, que en un descuido había dejado de aferrarse al picaporte, impactada porque a la niña no le estaba afectando lo que estaba ocurriendo. Es más, ni siquiera parecía impresionada, y estaba impasible, ajena totalmente a todo lo que pasaba.

     El tremendo agujero iba engullendo a Samanta, mientras la niña la observaba sin ningún propósito de ayudarla. El agujero no era como aquél del principio, aquél creado por el Ser de Luz para que Sami escapara de Sua; éste no daba elección, la estaba absorbiendo.

                                     Samanta lucha por salir
      

     Hacía todo lo que podía por salir de allí… Se sentía impotente, incapaz y nula.

“EN OTROS MUNDOS” (18)

     La carita de la niña se enterneció, y colocó sus manitas encima del vientre de la madre de Silvia. Samanta no sabía si debía soltar a su hija, porque por lo que estaba pasando en aquella habitación, no terminaba de confiar en la conmovedora infante.

            -    Está embarazada, será un niño -, sentenció la cría.

     Silvia se quedó paralizada ante aquella conclusión. Silvia sorprendida Era verdad que el vientre de la madre estaba un poco abombado, pero ni ella misma aún sabía de su estado; ciertamente, era la causa por la que se había desmayado anteriormente en el cementerio. Silvia puso las manos sobre su pancita, y sintió un escalofrío por todo el cuerpo: admitió con gozo y gran embelesamiento que era su hermano, el que estaba ahí dentro formándose todavía.

     Samanta, totalmente conmovida por lo que allí estaba sucediendo, pensó que Silvia, a pesar de que no era vista por sus padres, requeriría un poco de intimidad con ellos y con su aún no nacido, hermano.
     Entonces, ésta subió a la pequeña a sus brazos, y atravesó el umbral de la puerta otra vez:

                  -    Dejémosle que esté con ellos un ratito… Yo te acompañaré a la cama, verás qué calentita vas a estar allá -, aseguraba Sami.

      Salieron al pasillo; su cuarto estaba al lado justamente…

“EN OTROS MUNDOS” (17)

     Cuando atravesaron el umbral de la puerta, se encontraron con una grata sorpresa: en aquella cama de hospital se hallaba tumbada la madre de Silvia. Sus ojos estaban acuosos… Por un momento, Silvia se olvidó de todo, y corrió a besarla y abrazarla. madre de Silvia hospitalizada

     La desesperaba que su madre no pudiera sentir ninguna de sus muestras de cariño, pero Silvia estaba acostumbrada a que esto fuera así ya en el cementerio cuando sus padres iban a visitar la tumba, donde pensaban que descansaba su hija. Su padre también estaba allí medio dormido, sentado en un sillón, que no tenía pinta de ser muy cómodo. Samanta se puso a su lado, y Silvia enseguida se acercó a él y le rodeó con sus brazos, trasmitiéndole todo el candor y el afecto que pudo.

     La niña, que habían dejado fuera de escena temporalmente, quiso saber si teníamos idea de lo que le pasaba a la mamá de Silvia.

          -    Si pudiéramos preguntárselo a mi padre… Ni Sami ni yo, podemos… tú podrías… pero, a ti tampoco te ve. ¡Porque estás muerta! ¡Estás muerta…! -, sentenció Silvia enfurecida.

     Samanta pretendíaa calmarla, y la sujetaba por las muñecas para que desistiera de sus intentos de pegar a la chiquilla.

                  -    Yo sé lo que le pasa, aunque no sé si aclararlo porque como dices esas cosas tan raras de mí… -.

“EN OTROS MUNDOS” (16)

     Samanta la miró como si estuviera loca. Hasta ese mismo instante, había parecido que la reacción de Silvia con la niña era buena, pero en cuestión de milésimas de segundo su rostro marcaba una profunda perturbación.

          -    ¿Pasa algo que yo no sepa? -, debatió Sami con su amiga.

                      -    Creo que esta niña no es una niña; creo que en realidad está muerta. ¿Te acuerdas en el cementerio de los seres de niebla? -.

     Samanta asintió acordándose de su accidental tropiezo y su abrupta escapada de aquellos seres fantasmales por el camposanto, justo antes de haber conocido a Tirso y a Silvia. Esta última continuó con su declaración:

                      -… ella lo es… Es un siervo del malvado Sua… Es uno de sus siervos, uno que ha adoptado la forma de algo que fácilmente nos pueda engañar, para que caigamos en su trampa y… -.

     Pero, Samanta, la interrumpió, escéptica:

            – ¡Basta ya, Silvia! ¡Es sólo una niña asustada! Seguro que ha sido Tirso el que te ha contado que en sus eruditos viajes a otros mundos ha encontrado cosas así, ¿no? ¡Pues no, no tiene por qué tener siempre razón! Se cree que tiene autoridad para obligarte a que sigas a su lado, Silvia… Y cuando yo aparecí, pretendió que yo también alabara lo que él decía… ¡no, yo nunca me dejaré manipular! -.

     A Silvia le entristecía que pensara de esa manera. Suspiró, y siguió a su compañera, que a su vez había salido corriendo detrás de la niña, la cual había abierto una puerta contigua a la de su habitación, y hacía gestos constantemente para que se asomaran a ésta.

pasillo del hospital

“EN OTROS MUNDOS” (15)

     Lentamente, la puerta se fue abriendo, y fue apareciendo como a cuentagotas, quien se ocultaba tras ella. Era una niña pequeña; muy pálida y con los cabellos enmarañados y secos, como si no se los hubiera arreglado en mucho tiempo.

     Silvia y Samanta contenían la respiración ante tal aparición, pero estaban nina del hospital seguras de  que la chiquilla no podía verlas. Las asustó,  al cerrar escandalosamente de un portazo certero.

          -    Ni nos ve, ni nos oye, estate tranquila, Silvia -, ultimó Sami.

     Pero, después de este comentario, la niña se volteó hacia ellas, miró a Samanta a los ojos muy seriamente, y le advirtió:

                  -    ¡Hasta puedo oleros! ¿Os creéis invisibles? ¡Que soy pequeña, no idiota! -.

     A Silvia le dio por reír, y a Sami le costó un poco más entender que la niña las percibía maravillosamente… enseguida, ésta última la aupó, y la notó que  estaba muy nerviosa; contaba algo de que en su cama había un agujero que quería tragársela, y que había huido de la habitación, encontrándose con ellas dos justo allí.

      Sami pensó que había sido una pesadilla, y con contundencia atravesó la puerta para devolver a la chavalilla a su cama. No esperaba lo que Silvia hizo entonces…

     Sobresaltada, bajó a la niña de los brazos de Samanta, y la dejó en el suelo con brusquedad:

                      – No debemos fiarnos de ella -, previno Silvia discretamente, sin que la pequeña lo oyera.

“EN OTROS MUNDOS” (14)

    Fuera, seguramente ya habría anochecido. Tras haber recorrido unos angostos pasillos, Tirso las dejó en una habitación desierta, hasta que se asegurara de que nada extraño, podía resultar una amenaza para ellos en ese hospital. despacho médico       

           -    Yo creo que exageras, Tirso. ¡Qué nos puede pasar! Nadie sabe que estamos aquí, y aunque lo supiera alguien, no sé para qué se iba a molestar en hacernos daño -, manifestó Samanta, a la vez que abrazaba a Silvia.

                          -    No estamos en tu mundo en el que todo es insustancial y superficial, Sami. ¡Deja de una vez esa actitud tuya de prepotente y     resabidilla! -.     

     Hacía cinco minutos ya que él había salido, y ellas contemplaban todo lo que allí las rodeaba, en completo silencio, como con miedo de que con sólo un murmullo, pudieran perturbar aquella aparente paz, la cual les bastaba para sentirse ajenas a cualquier peligro. Había una camilla en la que estaban sentadas, un frío butacón de cuero negro, una mesa no muy ancha de madera oscura con un fonendoscopio y varios papeles y carpetas revueltos encima; las estanterías estaban a rebosar de libros de medicina, cuadernos de apuntes, vendas y otros utensilios médicos… al lado de una cabina, un vestidor; y sí, concluían que estaban en un despacho donde algún médico pasaba consulta.  

     Fue entonces cuando a Samanta le pareció escuchar unas pisadas descalzas, que provenían del pasillo por el que antes habían llegado a esa habitación. Un vuelco al corazón le dio cuando reconoció que comenzaban a correr, y ese alguien a quien pertenecieran las pisadas, estaba tratando de entrar allí.
     Silvia le apretaba la mano fuertemente.  manos entrelazadas